El virus del papiloma humano, más conocido por sus siglas HPV (Human Papillomavirus), es la infección de transmisión sexual más común en los países industrializados. Según estimaciones recientes, aproximadamente el 80% de las personas sexualmente activas contraerán el virus al menos una vez en la vida, con una mayor prevalencia entre los adultos jóvenes, tanto hombres como mujeres. Conocido por ser la principal causa del cáncer de cuello uterino, el HPV también puede ser responsable de otros cánceres genitales y de los que afectan a la región de cabeza y cuello. La transmisión se produce principalmente por contacto directo con mucosas o fluidos biológicos, pero también puede darse de forma indirecta, a través de microlesiones cutáneas. Es fundamental subrayar que contraer el HPV no significa necesariamente desarrollar una lesión o un tumor. En la mayoría de los casos (alrededor del 70% en un año y el 90% en dos años), la infección tiende a desaparecer espontáneamente gracias a la acción del sistema inmunitario. Sin embargo, lo que hace al HPV especialmente peligroso es su capacidad de permanecer en el organismo de forma silenciosa. Las lesiones precancerosas pueden aparecer incluso cinco años después de la infección inicial, y la evolución hacia un tumor invasivo puede tardar décadas. Es precisamente en este largo intervalo donde la prevención desempeña un papel decisivo. Para hacer un balance sobre diagnóstico, vacuna y tratamiento, entrevistamos a la doctora Cinzia Tomasos, reconocida ginecóloga de Nápoles, que desde hace años se dedica a la concienciación sobre la salud sexual y oncológica.

por Roberta Imbimbo

Dra. Tomasos, ¿por qué sigue siendo tan importante hablar del HPV hoy en día?

A pesar de los avances médicos y las numerosas campañas de concienciación, el HPV sigue estando ampliamente subestimado, especialmente entre los más jóvenes. En realidad, se trata de una infección de transmisión sexual extremadamente común e insidiosa, que se propaga con gran facilidad y que, en la mayoría de los casos, permanece completamente asintomática. Los síntomas, de hecho, tienden a aparecer solo en fases avanzadas de la enfermedad. Hasta ahora se han identificado casi 200 cepas de HPV, pero unas veinte se consideran de alto riesgo oncogénico: estas tienen la capacidad de penetrar en las células y, si logran persistir en los tejidos durante largos períodos — incluso entre 7 y 15 años — pueden inducir transformaciones tumorales. No obstante, me interesa subrayar que contraer el HPV no significa automáticamente enfermarse. En la gran mayoría de los casos — especialmente en personas jóvenes y con un sistema inmunitario sano — el organismo es perfectamente capaz de eliminar espontáneamente el virus, muchas veces en cuestión de pocos meses o años, sin provocar consecuencias clínicamente relevantes. El mayor riesgo se presenta solo cuando la infección, en particular por cepas de alto riesgo como HPV 16 y 18, logra cronificarse de manera silenciosa. En estos casos, el virus puede alterar progresivamente el ADN de las células epiteliales, dando origen a lesiones precancerosas (como las NIC – neoplasias intraepiteliales cervicales), que si no se tratan pueden evolucionar lentamente hacia tumores, incluso en un lapso de 10 a 15 años. Por eso, la prevención temprana, el cribado regular y la vacunación siguen siendo herramientas fundamentales para detectar la infección antes de que cause daño.

¿Qué herramientas de prevención tenemos hoy a nuestra disposición?

Contamos con dos herramientas fundamentales: la vacunación (que en mi opinión debería ser obligatoria) y el cribado. La vacuna contra el HPV, que hoy cubre hasta nueve cepas virales, es segura y eficaz si se administra antes de la exposición al virus, idealmente entre los 11 y los 14 años. Para las mujeres hasta los 26 años y los hombres hasta los 18, es completamente gratuita. El cribado se basa principalmente en dos pruebas: la citología vaginal (Papanicolaou) y la prueba de ADN-HPV. El test de Papanicolaou se realiza cada dos años, especialmente en mujeres entre 25 y 29 años, cuando la probabilidad de contraer la infección es mayor. Después de los 30 años, se recomienda la prueba de ADN-HPV, que es más sensible y permite detectar directamente la presencia del virus. Sin embargo, es importante recalcar que ninguna prueba es infalible. En raros casos, pueden producirse falsos negativos, es decir, resultados que no detectan la presencia de anomalías incluso cuando existe una infección o una lesión precancerosa. Por esta razón, es esencial respetar los plazos de cribado previstos por los protocolos y, sobre todo, acudir periódicamente a un especialista para un diagnóstico preciso, incluso cuando el test parezca negativo.

¿Cuál es el papel de los hombres en la prevención?

Es absolutamente central. La prevención del HPV ya no puede ser solo una responsabilidad femenina. Vacunar también a los varones es fundamental para reducir la transmisión y proteger a ambos sexos. Además, es importante que los hombres estén informados sobre los riesgos y los síntomas, y que acudan a un especialista en caso de lesiones sospechosas.

¿La vacuna es segura y eficaz?

¡Absolutamente sí! Me gustaría subrayar la importancia de la vacuna, que es altamente eficaz y lleva décadas siendo evaluada. Ofrece protección contra nueve tipos de HPV, siete de los cuales son cancerígenos y dos son responsables del desarrollo de verrugas genitales. Los primeros son responsables de más del 90% de los cánceres de cuello uterino, el 80% de los cánceres anales y alrededor del 20% de los cánceres de garganta. La vacunación, evidentemente, no elimina una infección ya presente ni una lesión precancerosa, pero es esencial para prevenir completamente las formas tumorales causadas por el virus, antes de que la persona inicie su actividad sexual. Para una protección óptima, se requieren dos inyecciones con seis meses de diferencia antes de los 15 años, y tres inyecciones con al menos seis meses de intervalo para quienes ya hayan cumplido 15 años.

Hablemos de tratamientos: ¿qué puede esperar hoy alguien con diagnóstico de HPV?

Depende del tipo de infección contraída y de la presencia o no de lesiones. En la mayoría de los casos, la infección desaparece espontáneamente. Si, en cambio, se detectan lesiones precancerosas (NIC 1, NIC 2 o NIC 3), estas pueden tratarse con técnicas ambulatorias mínimamente invasivas, como la LEEP o la conización. En presencia de tumores, naturalmente, se siguen los protocolos oncológicos más apropiados, a menudo en colaboración con oncólogos y radioterapeutas.

¿Qué falta aún para mejorar la prevención?

Sin duda, hace falta más información, especialmente en las escuelas, entre los padres y los médicos de familia. Desafortunadamente, persisten prejuicios culturales y temores infundados en torno a la vacuna. Además, es necesario insistir en la importancia de incluir a los hombres en los programas de vacunación y promover el cribado en los grupos de edad adulta. Solo así podremos reducir realmente la carga de enfermedad causada por el HPV. Hoy en día contamos con todas las herramientas necesarias para evitar contraer el virus: solo tenemos que usarlas. Vacunarse, informarse y someterse a controles periódicos significa protegerse a uno mismo y a los demás de una amenaza silenciosa pero evitable.

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